«Los videojuegos acabaron parando mi vida real y empecé una vida irreal»
A los trece años, Luis (nombre ficticio del entrevistado) era un chico como el resto. Iba a clase, quedaba con sus amigos y tenía una relación normal con su familia, además de echar alguna que otra partida con sus videojuegos favoritos. Pero un día empezó a dedicar más tiempo a la Play que a su vida real. Y así llegó hasta los 20, totalmente enganchado a la pantalla y al mando. Lo dejó todo por los videojuegos. Solo cuando sus padres le llevaron a AMAT entendió que tenía un problema. No se había dado cuenta de que vivir dentro de un videojuego es una terrible adicción. Ahora está en tratamiento y, aunque está siendo duro, está recuperando los mandos de su vida.
-¿Cuándo se dio cuenta de que tenía un problema de adicción a los videojuegos, o fue otra persona quien se lo hizo ver?
-Realmente me di cuenta al venir a AMAT. Mi familia fue la que vino a pedir ayuda por mí, porque yo no lo veía. Poco a poco fuisiendo consciente de ello en las sesiones de terapia.
-¿Cuál fue el principal error que cometió para caer en esta adicción?
-Jugar en exceso, supongo que es el primer error. A partir de ahí, quizás no hacer caso a las personas que me estaban avisando, como mi familia. Me lo decían, pero yo no hacía caso. Y sobre todo, fui dejando de hacer otras actividades por priorizar el tiempo ante la pantalla. Lo que pasa es que te absorbe sin que te des cuenta. El propio juego te va pidiendo más y más tiempo.
-¿Era consciente de que le estaba perdiendo estupendos planes por jugar una partida?
-A veces, sí. No quedaba con mis amigos o no hacía otros planes porque estaba ocupado todo el tiempo. He llegado a jugar 14 y 16 horas en un día. Sí, que me ha quitado de hacer cosas. Bueno, yo he sido quien ha dejado de hacer cosas, ahora que lo veo. Pero en aquel momento, mi prioridad era buscar las sensaciones que me daban los videojuegos.
-¿Qué sensaciones eran esas? ¿Qué es lo más extremo que has hecho con tal de jugar un rato?
-Necesitas tiempo para invertirlo en mejorar tus habilidades en el juego, ascender niveles, lograr recompensas que el propio juego ofrece y a veces vende. Esa sensación de ir mejorando era lo que me gustaba. Lo más extremo fue dejar de ir a clase porque tenía que tener más tiempo para jugar
-Imagino que habrá tenido problemas importantes con amigos o con su familia.
-Con mi familia, sí. El tema de discusión era mi juego, me decían que lo dejara. Y con mis amigos, iban notando que cada vez salía menos o que siempre llegaba muy tarde o no llegaba. Eso les empezaba a molestar y todo era porque estaba ocupado con el juego. También tuve problemas con el instituto por escaparme de clase. Lo que hacía era volverme a casa para jugar, aprovechando que mis padres no estaban.
-¿Cómo está siendo el proceso de tratamiento?
-Lo más difícil es al principio. Primero, hasta que te das cuenta de que tienes un problema que los de fuera ven, pero tú mismo, no. Y también que pensaba mucho en los tiempos muertos y le daba vueltas a qué hacer. Estaba acostumbrado a llenar todo mi tiempo con los videojuegos y sin ellos, no sabes qué hacer ahora. También me encontraba enfadado, irritado, por no poder jugar. Después es más llevadero, y te vas sintiendo mejor al utilizar tu tiempo en cosas útiles o más productivas.
-¿Qué es lo que más te ha costado?
-Me ha costado encontrar aficiones y cosas que me llenen. Echaba de menos jugar una partida porque eso me evadía y ocupaba la mente. Fui llenando mi vida con los videojuegos sin darme cuenta y no encontraba otra cosa que hacer.
-¿Cómo valora el cambio de estar todo el tiempo jugando a volver a hacer otras cosas?
-Muy bien, mucho mejor. Sobre todo porque dejas de estar constantemente pensando en jugar y pasar de fase o de objetivo en el videojuego. De esta manera, empiezas a tener más ambiciones, comerte el mundo y tener ganas de hacer cosas de verdad. Por ejemplo, he pasado de no ir a clase a recuperar mi ilusión por emprender una carrera.
-¿Ahora ves que los videojuegos te hicieron daño?
-Sin duda. Si no fuera por culpa de este vicio, no hubiera perdido dos años completos de estudiar, de hacer muchas cosas de la vida real que ahora disfruto. Los videojuegos acabaron parando mi vida para vivir una vida irreal.
-¿Qué consejos daría a los jóvenes para que no caigan en esta enfermedad?
-Si les gusta jugar, deben buscar el tiempo que realmente tienen libre y ponerse límites desde un principio. No dejar de hacer otras cosas por los juegos. Sin duda, que no utilicen un tiempo excesivo y que aprendan a hacer muchas otras cosas de la vida real. Priorizar no encerrarse en jugar y dar importancia a las relaciones sociales o familiares. Hay señales de alarma que deben mirar. Si hay algo que sucede en el juego, y eso lo llevas a tu vida real, trastocando tu estado de ánimo, haciéndome enfadar o pensar en ello, quizás está empezando a tener poder sobre ti y hay que parar.